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La resaca de Con el sueño cambiado I

La resaca de Con el sueño cambiado I

Después de los especiales de Jorge Barco y Ana Muñoz...me manda Javier López Clemente la primera reseña de Con el sueño cambiado... en su blog, aquí en concreto. Pero también la transcribo, que me apetece...gracias Javier

os recomiendo escuchar a la vez esta versión de Flor Venenosa con Alex Mister Hyde a la voz y Jorge Morgan a la batería porque es increíble.

 

Con el sueño cambiado por Javier López Clemente.

Hace un trienio escribí “Ante el reloj de fichar me siento poeta”. Fue una afirmación decorosa, una declaración de principios, el inicio de una mirada nueva hacía el mundo de la fábrica. El tiempo ha puesto la patraña en su sitio, en estos tres años sólo he escrito un par de micro relatos situados en el ambiente laboral, y uno de ellos contaba los minutos frente a la máquina del café, el lugar menos productivo de una factoría. Este fue el recuerdo que me abordó cuando leí el título del nuevo poemario de Octavio Gómez Milián. “Con el sueño cambiado” es una expresión habitual entre los obreros atrapados por los turnos rotativos de mañana, tarde y noche. La primera mirada al libro consistió en una búsqueda precipitada que confirmase mis sensaciones, una acometida caracterizada por la ansiedad y la precipitación. La premonición se cumplió con versos como “no puedo escapar de las cintas de papel girando frente a mis ojos” “voy en el 35 camino de Saica” “los introduzco en un cocedero de paja”, encontré algunos más, pero cito los anteriores porque muestran el conocimiento que tiene el autor sobre la misma rama industrial de la que yo estoy colgado.

Una segunda lectura más reposada de “Con el sueño cambiado” me mostró la disección en forma de viaje de los vericuetos que conforman las relaciones entre hombres y mujeres. Un viaje es importante si la experiencia de la travesía culmina con una afirmación tan radical como reconocer que ya no somos los mismos. Esa es la base fundamental de esta suma y sigue de poemas: La transformación del autor a lo largo de las páginas.

El libro se inaugura con un verso de Ángel Guinda, de su libro “Toda la luz del mundo” La primera vez que lo leí fue en las estanterías poéticas de la Fnac, estaba absorto por la contundente brevedad de aquellos pensamientos destilados hasta su mínima expresión, la voz del poeta enviada en sms “Entro en tu cuerpo como en un museo” La imagen tiene tanta potencia como para trasladarme hasta la primavera de cuando pinché el L.P. de Aute sin dejar de mirarla a los ojos. La primera canción era el resumen de mis intenciones “No quiero salir de aquí que hace mucho frío afuera. Deja que me instalé aquí dónde siempre es primavera” Desde entonces he recorrido la distancia que separa el deseo por permanecer en sus recovecos hasta la veneración cuando vuelvo a ellos. Todo un viaje.

“Con el sueño cambiado” esta divido en cuatro partes. La primera de ellas bajo el epígrafe “Las horas de tu cuarto” las horas de marcharse “Cinco minutos para perderme entre grietas y calles” “Y sé que cuando todo esto termine ya te habrás ido”. El poeta o sus amantes siempre se encuentran en el tránsito de irse o la espera de hacerlo, de abandonar los espacios domésticos “como estanterías enormes para acumular cuartos vacíos” dónde “la emulsión de lascivia dice que te dejes el vestido” Sólo permanecen en la impersonalidad de una “habitación doble” y esa duplicidad implica espacio público, colectivo, un lugar al fin y al cabo de paso.

Los obligados desplazamientos hacía la fábrica afirman la extrañeza interna del autor, abonan el debate sobre la dualidad de su personalidad, certifican un sentimiento de contrariedad al sentirse “mutado, perdido, con una necesidad crónica de superpoderes” Superpoderes de superpoeta me atrevo a afirmar, unas cualidades que le permitan enamorar a esas diosas que van y vienen de las almohadas a la calle sin más pretensiones que ser adoradas y asearse por un día con jabones masculinos. Pero las cosas del amor y del sexo no mejoran ni con las palabras cedidas por las musas, ni con la genuflexión verbal del amante aunque venga precedida de satisfactorias posturas pasionales.

Ángel Gracia organizó el pasado 14 de febrero en el foro de la Fnac un recital de poesía erótica, una manera distinta de celebrar San Valentín. Octavio Gómez Milián ejerció de conductor del evento y contó como Jane Birkin se hizo célebre en 1969 con la provocadora canción “Je t´amie… moi non plus”, un éxito mundial que ha elevado la temperatura de varias generaciones al arrulló de los suspiros orgásmicos de Jane Birkin. A los pocos días escuché en el programa de la cadena SER “La Ventana” — dirigido y presentado por Genma Nierga — al periodista José Manuel Rodríguez “Rodri” — autor del libro-disco “Una historia de la censura en la radio musical española” — allí contó como aquella tórrida canción había sorteado la censura franquista porque los jadeos no aparecían en el texto de la canción, el habitual lugar de trabajo de los censores musicales de la época.

Esta extensa introducción era necesaria porque la segunda parte del libro comienza con el anuncio de un sueño “La aparición y posterior pérdida de Jane Birkin” Toda una declaración de principios. El poeta corre tras el mito como respuesta al fracaso en la veneración terrenal de las mujeres diosas que sólo pasan por su cama para recorrer un camino malogrado.

En contra de lo esperado por este lector al dejarse llevar por título de esta segunda parte, en lugar de encontrarnos con el mito, tropezamos con un titubeante “Ven, déjame” que devuelve el protagonismo a las mujeres terrenales “que no queden márgenes entre tu cuerpo perfecto y mis manos” Otras mujeres de “cuerpo perfecto” y “superficies trémulas”, otras diosas de “luminoso andar” ocupan los nuevos “escenarios” por los que transita el poeta, lugares de “exhibición” dónde “muchos hombres” dedican su ocio a contemplar los “números de baile” mientras sueñan “devotos” con el cariño de “otras sábanas”. La intimidad de la primera parte es un recuerdo. El poeta despliega su mirada en territorios que invitan a observar con atención a esos hombres “tan insípidos como sus almuerzos”, no imagina que tras el próximo trago de “ginebra golpeando bien fuerte mi hígado” él también va a sucumbir al hechizo de la venganza, de la satisfacción del desagravio prendido de la “hendidura perfecta” y deslizado en el sofá de un sábado antes de comer.

Tantas vueltas, tantos sinsabores en torno al amor y al sexo terminan dónde se anunciaba: La adoración al mito es la vía de escape para nuestro poeta. Es en ese sueño dónde olvida las elipsis del oficio “quise intervenir para decir algo hermoso no supe dónde había dejado la poesía” y se abandona en lo material de la pasión dónde el protagonismo recae en los instintos primarios de lo concreto y lo inmediato “Me la follé en silencio por la noche la volví a follar de día” “sujetadores negros” “bragas hacia abajo” Todo lo poético para las mujeres encarnadas en diosas y la pulsión animal reservada para el mito.

El sueño que caducó cuando “se hizo de día y las horas saludaban al pasar camino de la fábrica” La realidad asalta al poeta con la peligrosa y pesada carga de la educación judeo-cristiana y la sobre valoración del sentimiento de culpa. El sueño mitómano se funde en la rutina diaria del café y las galletas. Un duro viaje del cuerpo de Jane Birkin hasta “el papel y el cartón y las cajas” vomitados por unos ruidosos rodillos que apuntalan una aparente derrota: La decisión de contar “que nunca llegué a follarme a Jane Birkin” Y tal vez Octavio Gómez Milián no lo sabe, pero esa es una de las diferencias entre los hombres que han tenido la fortuna de encamarse con un mito: Unos silencian su sueño para construir un poema, otros, como el grandioso Luis Miguel Dominguín, tras follar en carne y hueso con el mito de Ava Gardner sólo encuentran satisfacción acodados en la barra de un bar, presumiendo entre las risotadas de hombres mediocres, de esos con “desnudos ridículos”, bravucones con las putas y temerosos de su propia realidad.

Entramos en la tercera parte del libro titulada “La entrada es gratis, la salida vemos…“ El autor aprovecha para respirar durante una brevísima parada de dos poemas. Un tiempo de reflexión tras la frustrada relación sentimental con el mito, un periodo acompañado por “un cuerpo distinto sobre la cama”, pero nada es igual y el poeta empieza a sentir el peso de su peregrinar tras el cuerpo y el alma de las diosas terrenales, de las mujeres de baile y barra, del mito sexual de varias generaciones “Como si el tiempo no fuera un parásito que se reproduce al respirar” En esa encrucijada sólo encuentra una salida: “Si tuviera el móvil de Dios le llamaría desde el fijo de mis padres” Pero enseguida repara en que su petición es desorbitada, teme la indiferencia del Todopoderoso y busca una excusa para borrarlo de su lista de contactos. Es mejor mantener una duda razonable que comprobar cuanto se parece el comportamiento divino con el de “las chicas empeñadas en vestir elegantes trajes de olvido”

El poeta llega en muy mal estado anímico hasta la cuarta y última parte del libro, bautizada con un título excesivamente largo que me atrevo a resumir en “diarios de odio” Estamos en el final del viaje, dónde las mujeres han abandonan el olimpo de las diosas y el trono de los mitos para esconderse en los congeladores bajo la forma de “helado enorme de fresa y chocolate blanco” “exceso de tristeza” “cerveza caliente” “necrosis” “presencias nauseabundas” “colmillos” “el corazón de las tormentas” La deriva es evidente, la inmersión en la tristeza nos aboca a un final “de nicotina”

La conclusión, el resumen, el corolario, la prueba del nueve, todo el meollo de “Con el sueño cambiado” se destila en cursiva en el penúltimo poema titulado “Ella lo resumió mejor que nadie” La confirmación en verso de que medir el grado de sinceridad no es una virtud de ella, tal vez el detonante de toda la obra. Ella, “la que me despidió hace dos años”. El autor encaja el último golpe con las hechuras de un buen fajador y aún tiene el pundonor de terminar con dos versos este magnífico libro, un poemario tan pegado a la realidad como esos “cocederos de paja” dónde cada uno de nosotros introducimos “los trozos recortados” de lo que no queremos ser.

 

No podía terminar esta reseña sin plantear una duda, con la esperanza de que Octavio Gómez Milián la responda en la zona de comentarios.

A lo largo del libro he encontrado dos situaciones que enlazan esta obra con una entrada antigua de esta bitácora. En la página 10 se puede leer “oigo a la ducha que golpea con envidia las grietas ya exploradas de tu cuerpo”, y en la página 26 se vuelve a abordar el tema “un sofá cubierto de tela rancia que alivias con el aliento de toda tú recién duchada”. Si a esto sumamos un poema que puedes escuchar aquí y dónde la protagonista femenina también esta en la ducha. La pregunta para el poeta es evidente ¿Podrías explicarnos esa fijación por las chicas en la ducha?

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