Disparadle, coño
Me estoy quemando. Ayer lija en la lengua, aún noto la risa del taxista y las risas de María Caníbal y los tumbos. Menos mal que tenía el examen preparado y hoy he podido reposar un poco sobre cientos - quizá exagero, sólo eran un puñado- de columnas de Umbral. Café, dos, tres cafés. Ayer en la General TV bien, muy bien. Tengo algún poema nuevo y los ambiento a base de canciones de Los Amaya. He perdido toda la música de los últimos tres años. Toda la música que os grabé. Aún no soy consciente del todo del fracaso. Los primeros días después de perder Cuba, después del Sáhara. Hay cosas peores, lo sé. Pero no deberían tener ese toque Borbón que lo ensucia todo. Llegué a casa y debería haberme metido en la cama. Estuve hasta alta madrugada viendo pasar todos los especiales sobre la separación. Que nadie le mienta a nadie, a Marichalar le dio un pasote de farla y ahora le iba a dar otro. Umbral era muy amigo de Marichalar en sus últimos años de vida. Pero al final terminó odiándolo como odian los abuelos de manera arbitraria y con razones que no se sostienen en absoluto: decía que le quería robar a su mujer - y eso que el gran Jimmy Giménez Arnau ayer decía que el problema es que no podía haber DOS DuquesAs de LUGO (repasen las mayúsculas estratégicas). Leí el libro que recomendó David Mayor, Kiko Amat, un poco revuelto en algunos fragmentos pero bien escrito. Como el de Eva Puyó, Ropa Tendida. Y el de Jesús Jiménez, del que me imagino hablaremos otro día. No tengo música. No tengo nada.
Miento, tengo una estampita del Padre Vilas.
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