M. Martínez Forega
Noche en “El Páramo” el día 4 de abril. Esa noche cambié, como muchos, el paso y me dirigí con unos cuantos amigos a escuchar a Octavio, que –decía- se presentaba ahí Con el sueño cambiado. En realidad, lo cambió todo. Vino con nosotros María, una gelleguiña recién llegada a Zaragoza para toparse con cosas buenas. Pero Octavio dijo: viola! y añadió that’s all! Para dejar paso a toda una serie de bandas que sonaban de puta madre. No recuerdo sus nombres (hablábamos y hablábamos y mi único oído bueno debía atender a dos bandas); el muchacho que comenzó la seriada noche magnificó su voz con rasgueos y melodías entre Neil Young y Don McLean, y luego apareció allí un grupo que hacía un rythm’n blues cojonudo; me abandoné a su potente sonido y a una armonía que hacía tiempo no escuchaba, claro que mi primera sorpresa nada más llegar a ese garito fue escuchar el Can you ear my knocking de los Stones, que me abrió en canal, de manera que lo que siguiera tenía que ser necesariamente bueno. Y esperando, esperando que Octavio apareciera, quien apareció por allí y por sorpresa fue Pilar Peris, con su boca perfecta, con sus labios en mis ojos, y mis ojos dando tumbos por la barra. Y Octavio sin aparecer (¡maldito reciario de Cortázar!). Pepe Montero y yo ya llevábamos un buen rato esperando, ¡eh!, y yo ya le había dado ya un par de meneos a unas empanadillas que nadie se atrevía a tocar; bueno, lo hizo primero –creo- Ingrid Magrinyá justo antes de liarse uno de esos cilindros perfectos y extremadamente lineales que es necesario mirar dos veces para verlos; su gesto diluyó mi pudor. Octavio seguía sin aparecer; de hecho, dejé de verlo, ni siquiera su cabeza asomaba entre todas las miniaturas allí concentradas. Así que nos fuimos. Durante el trayecto de regreso a mi casa de Conde Aranda, regalé hasta cuatro cigarrillos; fue una noche completa en todo: nunca me habían pedido en la calle tantos cigarrillos; nunca llegué sin tabaco a casa. Todo había cambiado.
0 comentarios