De David Mayor sobre Boris Vian
Lo leo, y leo a Jules Verne, y me doy cuenta de que todavía nos tenemos los unos a los otros... abracicos para Jesús y David.
extraído del blog de David Mayor: más aquí
Boris Vian era un gran vividor, surrealista y filósofo existencial que se burlaba del existencialismo, cantante desertor y trompetista de jazz, ingeniero politécnico e inventor de fiestas, director de la disquera Phillips en los cincuenta y patafísico numerario. Un poeta que no quería morirse.
ii.
Boris Vian, como dijo su íntimo amigo Raymond Queneau, siempre estaba preparado para convertirse en Boris Vian. La radicalidad de su individualismo le llevó a vivir fuera de norma, como cualquier poeta debería hacer, al menos intentarlo. Convirtió la vida en un fraseo llenó de armónicos, como los del be bop que tanto admiraba, con aceleraciones agudas, piruetas furiosas, juegos de máscaras y palabras. Boris Vian, el de los mil oficios y los mil nombres –Vernon Sullivan en Escupiré sobre vuestras tumbas; Bison Ravi en Referéndum en forma de balada; Gédéon Molle en El jazz es peligroso; Jules Dupont en Tratado de civismo; y tantos otros en polémicos títulos falsos- con los que estar en contra de cualquier atadura moral o artística, en contra de la iglesia, del ejercito, en contra del dinero y las servidumbres, de la rutina y el aburrimiento. “Sólo dos cosas son importantes –escribió en el famoso preámbulo de La espuma de los días-: el amor, en todas sus formas, con chicas bonitas, y la música de Nueva Orleáns o de Duke Ellington. El resto debería desaparecer, pues el resto es feo, y las pocas páginas de demostración que siguen cobran toda su fuerza del hecho de que la historia es enteramente auténtica, puesto que la he imaginado de cabo a rabo.”
iii.
El vitalismo también es una defensa. Todo encantamiento esconde una trampa y en este caso no podía ser menos. El encanto de Boris Vian escondía una cardiopatía que era la sombra espesa de su entusiasmo. Siempre dijo que moriría antes de lo cuarenta años y así fue, exactamente con treinta y nueve. Hasta ese momento, la sombra, un reumatismo articular agudo, le intentó restar placeres. El peor de todos que tuviera que dejar de tocar la trompeta junto a la orquesta de Claude Abadie en los hot club de Saint-Germain-des-Prés, por donde alternaban Jacques Prévert y Juliette Greco, Sartre y la Beauvoir, Miles Davis y Charlie Parker. Tras aquel disgusto de prohibición, desacató para siempre a los médicos y como una trampa de la parca le abandonó su primera mujer, le persiguió hacienda, tuvo problemas judiciales por atentar contra el orden público con la más famosa de sus novelas negras Escupiré sobre vuestra tumba y se encontró con la novia vestida de negro en la fecha que él misteriosamente había intuido. Murió el 23 de junio de 1959 durante un pase privado antes del estreno de la versión cinematográfica de Escupiré sobre vuestra tumba. Pero un carácter y una literatura siempre en contra sólo podían estar en contra de la muerte, resistirse a ella. No quisiera morir, libro póstumo que recoge poemas escritos en la década de los cincuenta, publicado en castellano por la editorial Hiperión en excelente traducción de Toni Tello, es el ejemplo de esa resistencia. Una resistencia que oscila de la burla a la melancolía, pasando por la fascinación: “La vida es como una muela/ En principio no pensamos en ella/ Nos conformamos con masticar/ Y después se estropea de repente/ Hace daño, y lo soportamos/ Y la cuidamos, y los desvelos,/ Y para estar de verdad curados/ Hay que arrancársela, la vida.”
iv.
Como nos recuerda Toni Tello en la presentación de No quisiera morir, durante los años cincuenta Boris Vian se saca una muela detrás de otra: se enamora de la bailarina Ursula Kübler, ingresa en el Colegio de Patafísica, único grupo al que se adscribió, en calidad de “Descuartizador de primera clase”, obtiene éxitos teatrales, escribe canciones multitudinarias, para Henri Salvador entre otros, y hace muchos amigos. Boris Vian era un gran vividor y siempre estuvo dispuesto a aparecer bajo una nueva máscara que tuviera su sonriente rostro de jugador. La de poeta fue una más. “Me gustaría/ Me gustaría/ Llegar a ser un gran poeta/ Y la gente/ Me llenaría/ La cabeza de laurel/ Pero he aquí que/ No tengo/ Suficiente gusto por los libros/ Y sueño demasiado con vivir/ Y pienso demasiado en los demás/ Para estar siempre contento/ De no escribir más que del viento.” Y el viento leemos. Y nos tocamos las muelas.
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