Crónica de Vetusta Morla
La mezcla tóxica de las sales pudientes se engarzan con el ritmo cansino del corazón de las ciudades. Es fácil esconderse en el palpitar que da la fe, es un hueco perfecto para el bufón que no recuerda a quién tiene que imitar esa noche. Tienes una piel que no es tuya y a pesar de todo dejas que las láminas tibias de electricidad penetren en tu cuerpo. Es el optimismo del niño que nunca aprendió a jugar al fútbol, hoy es fácil ver los restos de su pena en su manera de bailar. Si sigues corriendo acabarás sobre el escenario sin saber muy bien en qué creer. En la plaza aún quedan fragmentos de los libros, los que el resuello de los tanques no acertaron a arrastrar. Sería mucho más fácil sentarse y esperar, Vetusta Morla en la única interpretación de su vida. Dime qué opciones te quedan después de lo de anoche, descarta tratar de olvidarlo, eso ya lo intentaste durante diez años. Mejor negocia la paz con las voces de tu interior, diles que te consigan una manta y acostaros juntos en la atracción abandonada de la feria de las afueras. La ciudad nos enseñará cómo comportarnos, sólo hay que saber leer en el cemento de los días las claves arcaicas que los disparos dejaron en su pared. Lo mejor sería rendirse, buscar la medicina adecuada y tirar la llave de la habitación. Si abres suficiente los ojos podrás ver los aviones despegando hacia los refugios marcados por las autoridades competentes. Yo me quedaré aquí y terminaré la partidas. Es lo menos que puedo hacer por ti. Es fácil entender el éxito de Vetusta Morla en los términos que serían habituales hace quince años: letras crípticas interpretadas con actitud huidiza, hemorragias de electricidad controladas a base de parches sintéticos y fusión rítmica, barbas crecidas huyendo de la popularidad ansiada. Todo lo que hizo famoso a los Piratas y que mantiene a Standstill en el apetecible anonimato al que sólo acceden unos cuantos elegidos. La canciones, sólo las canciones, y un sonido atrapado en el alféizar de la ventana. Eso es lo que vimos la otra noche en la sala Oasis. Un público entregada a las letanías como si el trasfondo mesiánico no quisiera ser la evidencia que arrastra nuestras vidas. Antípodas Producciones arriesga, con la ilusión de estos últimos quince años, la misma que ha arrasado con su vaho atómico de indiferencia e Internet la belleza sutil que nos entregaba cada rasgueo del celofán de los sueños. Vetusta Morla ha sobrevivido, otros no lo harán. La pregunta es: ¿Seremos capaces nosotros de aguantar el tirón sin nuestra dosis de emoción incontrolada?
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ana m. -