Vamos a hacer arder la noche (un poema de Nunca supimos cómo parar aquello)
Esta noche me pides manos
para tapar tus tatuajes de incesto,
y todo en tu piel son marcas de viejas revoluciones
que fracasaron por la escasa disciplina
de tropas mal pagadas
y cada uno de los dientes arrancados en la pelea
recorre tu vientre y lo guía hacia una nueva derrota;
y yo, el que llaman ciego en las tabernas, aprendo
como la sangre en los ojos de la muerte,
a buscar el atajo hasta el centro enmarañado
de tu cuerpo.
Tiempo para historias de espectros
que se besan con el primer descanso de la luna
y los vientos de tu boca, animados por la fiesta,
gritan mi nombre un segundo.
Y le pregunto a la mujer
dónde escondes a la niña,
y me dice, encogida bajo sus muñecas de trapo,
espera. Y yo grito
no es tiempo de más tintas
ni aluminios, ni de camas de papel
que se vencen bajo la humedad espesa
que trae la espera de los cuerpos,
no es tiempo.
Y ya, derrotado suplico, si no quieres mi ausencia
sea pues esa, luz leve, guía entre tus piernas.
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